La economía mundial no consigue recuperarse. Quiere y no puede. Nos dicen que la situación económica está mejorando, pero la realidad es que las condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora y sectores populares están empeorando drásticamente día tras día. En lugar de hacer que las personas y la vida digna sean el centro de la economía, esa centralidad la ocupan el dinero y el mercado, y nada parece indicar que se estén tomando las medidas necesarias para salir de la verdadera crisis. Al contrario, se está desarrollando una dura apuesta por extender el paro y la precariedad.
Expliquemos mediante un sencillo y significativo ejemplo qué es lo que está pasando. En la década de los 80 los salarios llegaron a suponer el 60% del Producto Interior Bruto; 30 años después no superan el 45%. Es decir, las rentas del trabajo han descendido notoriamente en beneficio de las rentas del capital. Eso, evidentemente, no es sino la cruda consecuencia de unas decisiones económicas y políticas concretas.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 70, la economía mundial experimentó un crecimiento elevado y sostenido. No obstante, en ese mismo período, las llamadas tasa de beneficios y tasa de explotación se fueron reduciendo en detrimento de los intereses del capital. Dicho de otra manera, y para que se entienda fácilmente, las rentas de las y los trabajadores fueron creciendo por encima de las rentas del capital.
La reducción de la tasa de beneficios dificultaba el desarrollo sostenido del sistema capitalista y, al mismo tiempo, el llamado socialismo real desapareció como modelo de referencia. Esos dos factores fueron utilizados para poner en marcha una apuesta por el capitalismo neoliberal y global. En base a todo ello se acometió una recaracterización del capitalismo en tres direcciones:
En las últimas décadas se ha desarrollado un modelo económico basado en los tres pilares que hemos mencionado. No obstante, como más pronto o más tarde tenía que ocurrir, en 2008 se produjo el estallido de la burbuja que habían ido construyendo durante años, llevando la economía mundial a una crisis de larga duración.
Han transcurrido siete largos años desde entonces, y están aprovechando la crisis para desarrollar e intensificar el modelo neoliberal puesto en marcha hace tres décadas, en lugar de abrir un debate sobre nuevos modelos y nuevas políticas. En los últimos años, al mismo tiempo que han pisoteado sistemáticamente las condiciones laborales de las y los trabajadores y han debilitado progresivamente los servicios y las prestaciones sociales, el número de personas ricas ha aumentado considerablemente, cerrando definitivamente la puerta para la inserción social a quienes ya se encontraban en situación de exclusión y cerrando a millones de hombres y mujeres toda posibilidad de vivir dignamente.
Asistimos a un nuevo y sostenido intento por recaracterizar el capitalismo aprovechando la grave situación social generada por la crisis y la repercusión que eso tiene en las condiciones subjetivas de cada uno y cada una de nosotras. El objetivo sería el siguiente: extender y cronificar el paro y la precariedad, seguir recortando los derechos sociales y, en definitiva, intensificar la ofensiva neoliberal para mayor beneficio del capital y en perjuicio de la clase trabajadora.
A pesar de que el sistema capitalista vive una profunda crisis de diferentes dimensiones, se quiere evitar el debate sobre la alternativa o sobre un nuevo modelo. Nos quieren prohibir incluso creer que otro mundo es posible. Manteniendo secuestrada a la mayoría de la clase política y a los principales medios de comunicación, la farsa de la democracia formal se ha acabado. Un claro ejemplo de ello es el golpe de estado que dieron los poderes financieros tras el referéndum de Grecia. Sin embargo, ese no es el único ejemplo: en los últimos años, las decisiones tomadas por los poderes económicos han sido dictadas y concretadas por la Unión Europea, reguladas por Madrid y cumplidas obedientemente por los gobiernos de Iruñea y Gasteiz.
En el caso del Estado español esa realidad ha sido muy evidente. En los últimos años, y aprovechando la crisis, se ha dado todo un proceso de centralización y oligarquización: ley de bancos y cajas para impulsar su privatización, ley de energía para premiar al oligopolio energético, reformas laborales para favorecer a la patronal, reforma de las pensiones, modificación del artículo 135 de la Constitución española… Todo eso, además de ser el reflejo más significativo de la política económica desarrollada por España en los últimos años, también es un crudo exponente de las enormes carencias que tenemos en el terreno de la soberanía política y económica.
Además de todo lo dicho anteriormente, creemos que se deben subrayar algunas bases que se están apuntalando en esta recaracterización del sistema capitalista:
Por una parte, el afán por hacerse con el control del petróleo y de los recursos necesarios para su producción y el hecho de que la guerra sea un lucrativo negocio para una minoría, son dos elementos que explican claramente la apuesta por la guerra permanente: Irak, Afganistán, Ucrania, Siria...
Podemos prever una intensificación de la globalización económica puesta en marcha hace 40 años. Algunos países (los llamados “periferia”) tendrán como principal responsabilidad la producción, y otros (el “centro”), además de consumir, tendrán la “responsabilidad” sobre la economía mundial. Sin ninguna duda, todo ello agudizará el proceso de dualización que se está dando en los países occidentales, por medio de los procesos de deslocalización –entre otros factores– y como consecuencia de la desregulación de las condiciones laborales y los derechos sociales. En el caso del Estado español, además quieren condenarlo a ser residencia o zona turística para la tercera edad de toda Europa. Únicamente esa es su función, y ello con todas las consecuencias que supone para el conjunto de la economía.
Dentro de esa desregulación de los derechos sociales y de la economía en general, a nivel mundial se están dando pasos importantes para el desarrollo del sistema capitalista mediante la firma de diferentes tratados comerciales, tales como el TTIP o el TISA (tratados que se están negociando en estos momentos). El objetivo de esos tratados es crear a nivel mundial un gran mercado no regulado. En ese gran mercado, las oportunidades de negocio de las multinacionales aumentarán y los derechos de la ciudadanía y la soberanía de los pueblos se verán totalmente recortados.
Hoy en día, el desarrollo del sistema está totalmente en manos de los poderes financieros. En esta economía de casino que ha dado la espalda a la economía real, los poderes financieros buscan aumentar su control sobre toda la economía, profundizando en la financiarización antes mencionada. Tal y como denunciábamos en el informe anterior, debido a la enorme burbuja existente en ese sector, la inestabilidad se está extendiendo y no nos sorprendería que se produjera un nuevo crack financiero, llevando toda la economía a una nueva recesión como consecuencia de la financiarización. Si no se le da la vuelta a la situación y ese sistema gigante con pies de barro se derrumba, sabemos muy bien a quién va a sepultar primero bajo sus escombros.
Si las que hemos mencionado son crisis económicas y sociales profundas, la crisis medioambiental no es menos grave: el cambio climático es el exponente más conocido de la crisis medioambiental, pero no podemos olvidar la pérdida de biodiversidad o/y el agotamiento y destrucción de los recursos naturales. Todas esas crisis están interrelacionadas y, por lo tanto, debemos tomarlas como diferentes ramas de un mismo problema. Dicho esto, tendremos que hacer un seguimiento muy estrecho de la nueva actitud que pueda adoptar el establishment mundial frente al cambio climático: aunque ha empezado a admitir la existencia del cambio climático, también ha empezado a plantear que la manera de hacerle frente es profundizar en el capitalismo salvaje, siguiendo con el mismo ritmo de explotación del planeta y buscando la solución mediante una tecnología que moverá millones procedentes de las arcas públicas. En cualquier caso, el capitalismo verde no hace otra cosa que pisar el acelerador al borde del precipicio.
Esas tres tendencias generales son procesos que se dan a nivel mundial, y quisiéramos subrayar también la agudización de dos procesos más concretos que se están dando dentro de cada Estado:
En general, la destrucción de los servicios públicos y el evidente empeoramiento de las condiciones laborales conllevan la precarización de las condiciones de vida y trabajo de las personas, la clase trabajadora y los sectores populares. El sistema busca el desarrollo para los próximos años en base a la generalización de esos dos elementos, que son precisamente los que debemos combatir con todas nuestras fuerzas desde la izquierda y los sectores transformadores.
En ese contexto, no disponer de los recursos propios de un Estado empeora aún más la ya de por sí mala situación de la ciudadanía y los pueblos sin Estado. Como hemos dicho, hoy en día la mayoría de la clase política sirve a las políticas neoliberales, pero eso no significa que si hay voluntad y recursos para ello no se puedan hacer otras políticas, que no se puedan garantizar otras condiciones de vida y trabajo. Es evidente que sí es posible, pero para ello, al igual que casi todos los pueblos del mundo, necesitamos tener cuanto antes los instrumentos que ofrece un Estado.
A día de hoy, el paro y la precariedad son la principal preocupación de la sociedad vasca, y no es para menos: quien tiene empleo, además de ver cómo se le han endurecido las condiciones laborales, vive con la sensación de que el futuro puede ser peor aún, interiorizando la situación de precarización permanente; y quien no tiene empleo alberga muy pocas esperanzas de conseguir trabajo. Vivimos en una sociedad en la cual el empleo es el principal eje empleo es el principal eje de esta sociedad y, por lo tanto, no tener empleo o no tener un empleo digno, además de condenar a quien padece esa situación a un permanente estado de ansiedad, profundiza en la brecha social y quiebra la mínima cohesión social.
Además, en Euskal Herria nos vemos en la necesidad de desmontar algunos mitos relacionados con la economía:
A continuación vamos a desgranar algunos datos que derribarán esos mitos y nos harán ver cuál es la cruda realidad, porque para transformar la realidad es indispensable conocerla.
Podríamos decir que en los aspectos más importantes la estructura económica de Hego Euskal Herria en 2007 se parecía más a la de Alemania que a la del Estado español:
Como se puede apreciar en el vídeo, también hay otras similitudes con la estructura económica del Estado español:
Por lo tanto, al igual que en Alemania, la industria ha sido la principal característica económica de Hego Euskal Herria, mientras que en el Estado español lo más importante han sido los servicios. A pesar de ello, en los últimos años la evolución de Hego Euskal Herria no ha seguido la línea de la estructura económica de Alemania, sino que, muy al contrario, ha evolucionado totalmente unida a la estructura del Estado español:
¿Y cómo ha repercutido ese hispanocentrismo en el volumen de puestos de trabajo de esas actividades productivas? Pues reproduciendo también aquí la desertización industrial del Estado español:
En lo relativo a la pérdida de puestos de trabajo industriales, y en comparación con el resto de países de Europa, está claro que en Hego Euskal Herria se ha dado la misma tendencia que en el Estado español. La destrucción de tejido industrial y puestos de trabajo industriales ha tenido unas consecuencias terribles en nuestro país, y no solo de cara al Producto Interior Bruto, sino también de cara a las condiciones laborales de las y los trabajadores:
Los datos que hemos mencionado hacen referencia solamente al salario, pero es sabido que desde el punto de vista de las condiciones laborales hay enormes diferencias entre los puestos de trabajo del sector industrial y el sector servicios: horarios, posibilidades para la negociación colectiva… Si bien la precariedad se ha extendido a todos los sectores, los sectores más precarios han sido siempre el sector primario y el sector servicios.
Por lo tanto, podríamos decir que la estructura económica de Hego Euskal Herria se parece cada vez más a la del Estado español: dejar que la industria vaya desapareciendo poco a poco, centrarse en el turismo, crear un ejército de paradas y parados lo más numeroso posible, y dejar que la precariedad y la pobreza engullan poco a poco nuestras relaciones laborales y nuestras vidas.
Detrás de todo esto hay razones y responsabilidades concretas. Por una parte, resulta innegable que como pueblo carecemos de soberanía y recursos y que, junto con ello, los gobiernos autonómicos y los partidos que durante años han ostentado la responsabilidad de los mismos –UPN y PNV– han abrazado los principios de las políticas neoliberales. Dado que para ellos la mejor política industrial es la que no existe, no se ha desarrollado ningún plan industrial, se ha recortado la apuesta por el I+D+i, se ha impulsado la desinversión industrial de Kutxabank, no se ha realizado la indispensable transición energética y, en consecuencia, se ha primado la defensa del oligopolio energético o de los intereses financieros en lugar de renovar nuestra industria e impulsarla en clave de futuro.
Por otra parte, al mismo tiempo que se dejaba morir la industria y se impulsaba la terciarización de la economía, se nos han impuesto reformas laborales que condicionan completamente las relaciones laborales de nuestro pueblo, dejando en evidencia que la falta de soberanía y la precarización de nuestras condiciones de vida y trabajo son las dos caras de la misma moneda. Dichas reformas laborales han sido acordadas por los poderes financieros, propuestas por la UE y reguladas por Madrid, y los gobiernos de Iruñea y Gasteiz se han limitado a gestionarlas dócilmente, provocando así la cronificación del paro y la expansión de la precariedad, tal y como venimos explicando en este trabajo.
Aunque en Hego Euskal Herria el trabajo parcial ha crecido enormemente, en los últimos años hemos vivido una constante pérdida de empleo. A día de hoy, en Hego Euskal Herria hay 164.900 empleos menos que en 2008, y esos datos solamente se pueden equiparar con los del Estado español, pues los demás países de la Unión Europea no han experimentado una pérdida de empleo tan grande.
Así las cosas, en lo relativo a la pérdida de empleo no puede decirse que Hego Euskal Herria esté mejor que el Estado español. Entre 2008 y 2015, en el Estado español se perdió un 12,7% de los puestos de trabajo, y en Hego Euskal Herria un 12,6%: en Nafarroa menos (10,5%), pero en la CAV muchos más (13,2%).
Como puede observarse en el gráfico, la pérdida de empleo en Hego Euskal Herria ha seguido completamente la tendencia del Estado español, ya que, en definitiva, todo lo relativo a la regulación de las relaciones laborales no se ha decidido aquí, sino en Madrid. En cualquier caso, la situación de la CAV es muy preocupante: aunque en 2015 el volumen de empleo creció un 1,28%, a ese ritmo se necesitarían 10 años más para poder volver a las cifras de 2008. Además, la preocupación aumenta si nos fijamos en el carácter precario de los puestos de trabajo que se están creando, aspecto que analizaremos más adelante.
A continuación ofrecemos algunos datos relativo al paro en Hego Euskal Herria:
Como podemos comprobar, en pérdida de empleo y en paro nos hemos convertido completamente dependientes de la evolución del Estado español, perdiendo paulatinamente las características que nos diferenciaban del mismo hasta ahora (industria, educación…). Evidentemente, todo eso no es sino la consecuencia de las reformas aprobadas en el Estado español e impulsadas animosamente por la patronal de aquí: No podemos olvidar que a un determinado tipo de relaciones laborales le corresponde un determinado tipo de paro. Si las relaciones laborales de Hego Euskal Herria están sometidas al Estado español, las condiciones laborales de aquí serán iguales que las del resto del estado: elevadas tasas de paro, y trabajos precarios que nos condenan a la miseria.
Resulta difícil explicar qué es la precariedad, y aún más difícil medirla. El derecho a la vivienda y el derecho al empleo pueden ser fundamentales para tener una vida digna y garantizar los recursos materiales básicos. No obstante, sabemos que ya no son suficientes para ello.
A día de hoy, el derecho a la vivienda no está garantizado, y el número de desahucios es una sangrante realidad que ha crecido ininterrumpidamente desde 2008. No obstante, el número de personas que tienen vivienda y sufren pobreza energética ha crecido aún más. Según los datos que acaba de publicar la fundación Foessa, en Hego Euskal Herria son 180.000 las personas que sufren pobreza energética. ¿Acaso no es vida precaria tener problemas para encender la calefacción o pagar la electricidad y el gas en pleno invierno?
Con el empleo sucede lo mismo que con la vivienda. Cada vez son más las personas que tienen empleo pero carecen de toda seguridad y protección. En las últimas décadas, el 75% de los contratos han sido indefinidos. Sin embargo, desde que se empezaron a aplicar las diferentes reformas laborales, de cada diez contratos que se firman solamente uno es indefinido, es decir, el 90% de los contratos que se firman son eventuales.
Por si eso fuera poco, el 47,6% de los contratos que se firman son para menos de un mes. Como podemos imaginar fácilmente, las consecuencias de todo ello son terribles, ya que se precariza la vida de miles de hombres y mujeres.
Además de la anterior, hay otra cruda realidad que se está generalizando en el mundo laboral: el notorio incremento de los contratos parciales. En 2008, en Hego Euskal Herria, el 13,30% de los contratos eran parciales; actualmente, y según los últimos datos de 2015, los contratos parciales suponen el 18,38% del total, siete puntos más que hace siete años. Además, en este caso, los datos de Hego Euskal Herria superan en tres puntos los datos del Estado español (15,7%).
No obstante, en este apartado quisiéramos subrayar las razones que aducen las y los trabajadores para aceptar contratos parciales. Por una parte, hace siete años, el 10,1% de quienes firmaban ese tipo de contratos lo hacía para compaginar el trabajo con los estudios; actualmente, solamente un 3,8% lo hace por ese motivo. Por otra parte, en 2008, el 30,7% de quienes aceptaban contratos parciales lo hacía porque no tenía otro trabajo; hoy en día, el 54,8% afirma que lo hace porque no le queda otra posibilidad. Hay una tercera razón importante para aceptar contratos parciales: compaginar el trabajo con el cuidado de la infancia o la familia. Sin embargo, el número de personas que aducen esa razón también ha disminuido. En consecuencia, y resumiendo, el número de contratos parciales crece constantemente, y la razón para aceptarlos ya no es compaginar el trabajo con los estudios o con los cuidados, sino la imposibilidad de encontrar otro tipo de trabajo.
En el terreno de los contratos parciales, aunque más adelante profundizaremos en ello, quisiéramos subrayar una situación especialmente grave: en Hego Euskal Herria, el 79,6% de los contratos parciales son firmados por mujeres, y en el Estado español ese porcentaje es del 72,5%. Ante esa situación, quienes defienden el sistema capitalista patriarcal y los medios de comunicación a su servicio, no nos pueden decir que este tipo de contratos se aceptan voluntariamente, cuando precisamente son un claro ejemplo de la precariedad que se nos impone.
Como decíamos anteriormente, resulta difícil precisar qué es la precariedad, y aún más difícil medirla. No obstante, hay quienes pretenden limitar las consecuencias de la actual crisis únicamente al paro, ignorando una situación que hace aún más cruda la realidad.
En ese sentido, en lo relativo al mundo del trabajo puede ser importante tener en cuenta la tasa resultante de la suma de tres datos: número de personas en paro, número de personas que han perdido la esperanza de encontrar trabajo y número de contratos parciales “obligados”.
Como muestra el gráfico, la tasa de paro ha subido mucho desde 2008, pero también ha aumentado enormemente el número de personas que han perdido la esperanza de encontrar trabajo y, especialmente, los contratos parciales no voluntarios. En concreto, y sumando esos tres datos, en 2008 eran 235.100 las personas que se encontraban en esa difícil y precaria situación, y según los últimos datos de 2015 ya son 346.800.
El paro crece, los contratos eventuales se extienden, su duración se reduce y el número de contratos parciales aumenta. Todo ello tiene una repercusión directa en el salario. El paro y las reformas laborales han abierto a los empresarios una autopista para eliminar los convenios colectivos y, además de todo lo mencionado, reducir drásticamente los salarios. En los últimos años, los salarios apenas han subido, especialmente en el amplio sector de los servicios, y los puestos de trabajo que se han creado tienen un salario muy bajo. Hace algunos años hablábamos de “mileuristas” para referirnos a las personas que tenían pocos ingresos; hoy en día, cobrar 1.000 euros es un objetivo difícil en muchos trabajos.
En lo que respecta a las prestaciones, tenemos que subrayar las consecuencias de los recortes que se han venido aplicando. Los meses de prestación para las personas que se quedan en paro se han reducido mucho, así como la cantidad a percibir. Además, debemos tener en cuenta que las y los parados de larga duración cada vez son más y, en consecuencia, también son más quienes no reciben ninguna prestación (105.000 personas en Hego Euskal Herria).
En nuestro país aumentan los contratos precarios, bajan los salarios, se recortan las prestaciones… y, como decíamos anteriormente, todo ello está agrandando la brecha social. El objetivo de las políticas económicas que se están aplicando es el enriquecimiento de una minoría, condenándonos a la mayoría a la precariedad y a la pobreza, ya que la riqueza de una minoría provoca la miseria del resto. Sí, miseria y pobreza. Esa también es una realidad que se está extendiendo y cronificando en nuestro país, atacando directamente a la dignidad de miles de personas y empujándoles hasta el umbral de la exclusión social.
La gravedad de la situación va más allá de la pobreza energética que hemos mencionado anteriormente. Según los datos que acaba de hacer públicos la Red Europea contra la Pobreza y la Exclusión Social –organismo asesor del Consejo de Europa–, en Hego Euskal Herria son 427.830 las personas que están en situación o en riesgo de pobreza y exclusión social, y 112.760 de ellas sufren pobreza material severa, es decir, tienen grandes problemas para hacer frente a sus necesidades materiales diarias.
Por lo tanto, la pobreza ya no es algo marginal. La pobreza es un peligroso fenómeno que está echando raíces en nuestro país y debería ser la prioridad indispensable de las políticas públicas.
Antes, al tratar el tema de la precariedad, hemos dado un dato terrible: en Hego Euskal Herria, el 79,6% de los contratos parciales son firmados por mujeres, y sabemos que más de la mitad de las personas que tienen contratos parciales preferirían trabajar a jornada completa. En Hego Euskal Herria, solo una de cada diez personas con empleo parcial desea tener ese tipo de empleo; todas las demás aceptan el empleo parcial por otras razones, y más de la mitad lo hacen porque no encuentran trabajo a jornada completa. En ese caso, las condiciones subjetivas llegan a ser similares al paro: trabajo solamente unas pocas horas porque no me dejan trabajar más, y lo que gano no es suficiente para vivir dignamente.
Como hemos dicho, la parcialidad no voluntaria provoca precariedad, pues conlleva necesariamente un salario más bajo. Hace poco, el sindicato LAB dio un dato significativo al analizar la brecha salarial entre hombres y mujeres: en Hego Euskal Herria, el salario bruto anual de los hombres es 7.807 euros superior al de las mujeres. Dicho de otra manera, el sueldo de las mujeres tendría que aumentar un 35,6% de media para igualarse al de los hombres. Además, esa brecha salarial está aumentando, en lugar de reducirse, cumpliendo la consigna de que con la excusa de la “crisis” todo “vale”.
Si en 2008 el salario de las mujeres tenía que subir un 31,5% para equipararse al de los hombres, en 2013, como hemos dicho, debería haber subido un 35,6%. En ese sentido, también en el caso de las mujeres, la evolución negativa de los salarios más bajos es especialmente grave:
Como se puede observar en el gráfico inferior, en los últimos años la situación laboral de la juventud de Hego Euskal Herria ha sido similar a la sufrida por la juventud del Estado español, alejándose de la tendencia europea:
En Hego Euskal Herria, la pérdida de empleo que se ha dado entre la juventud ha sido igual a la del Estado español:
Por lo tanto, entre las y los jóvenes de menos de 35 años la destrucción de empleo ha sido terrible: se han destruido 191.000 puestos de trabajo en 7 años. Además, y también en 2015, se están destruyendo los puestos de trabajo correspondientes a jóvenes de entre 24 y 35 años: en comparación con 2014 hay 5.100 puestos de trabajo menos.
Esa sangría que nos está robando nuestro futuro como pueblo tiene un responsable claro: el mercado laboral del Estado español.
Así pues, como podemos comprobar, el mercado laboral de Hego Euskal Herria sigue la doctrina de las relaciones laborales del Estado español y no ofrece empleo a la juventud. ¿Por qué ocurre eso si nuestra juventud tiene una formación similar a la de la juventud de los países europeos del norte?
Por lo tanto, tenemos una juventud muy formada. Un capital humano muy cualificado, pero con unas relaciones laborales en las cuale impera la precariedad…
Y cuando encuentran trabajo, ¿en qué condiciones lo hacen?
Finalmente, todo eso nos lleva a una de las más duras consecuencias de esa situación: tener que marcharse al extranjero. La proporción de jóvenes de entre 18 y 34 años que han tenido que marcharse de Hego Euskal Herria al extranjero es muy similar a la del Estado español. Por lo tanto, no podemos decir que la emigración sea un problema únicamente del Ebro para abajo. Es más, desde el año 2008 hasta ahora 75.463 jóvenes de Hego Euskal Herria se han ido a vivir al extranjero. En ese sentido, el período más duro fue el comprendido entre los años 2011 y 2013, ya que se duplicó el número de jóvenes que se marcharon al extranjero.
Como conclusión, y para terminar, podemos afirmar que ahora que nos encontramos ante una nueva ofensiva neoliberal del sistema capitalista y patriarcal, ahora que las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad están empeorando drásticamente en beneficio de una minoría y el Estado español no supone sino un obstáculo para hacer frente a todo eso, las mujeres y la juventud son, sin ningún género de duda, los sectores que más sufren la pobreza, la precarización y el paro.
A la opresión y al robo que caracterizan al capitalismo ahora le quieren añadir el desmantelamiento de los servicios sociales y el sector público y la eliminación de los derechos laborales. Ante ello, su defensa adquiere carácter estratégico para la clase trabajadora y, en consecuencia, para la mayoría de la sociedad.
Más allá de la mera reivindicación, tenemos que demostrar que hay alternativa, mediante propuestas concretas y bien desarrolladas y actuando con audacia en esa dirección. Las propuestas que sobre creación de empleo, reparto del trabajo y dignificación del mismo está realizando EH Bildu pueden ser un ejemplo de ello.
En último lugar, pero con especial énfasis, tenemos que hablar sobre los instrumentos necesarios para hacer frente a la realidad que hemos descrito aquí. Recientemente, Arnaldo Otegi nos hablaba de la necesidad de un “Estado decente” y, dentro del proceso Abian y con el Socialismo Vasco como objetivo, proponemos una estrategia independentista transformadora para la construcción del Estado vasco. Sin ninguna duda, las y los ciudadanos vascos necesitamos tener cuanto antes un Estado propio, para ser un pueblo soberano formado por mujeres y hombres también soberanos.
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